El BALLET KIROV DICE ADIOS A NUEVA YORK
  En la última semana de la temporada del Kirov en la capital del mundo de la danza, dos programas muy diferentes subieron a la escena del City Centre: Uno con cuatro  obras contemporáneas de William Forsythe, y otro con tres  piezas neoclásicas de George Balanchine. No es necesario aclarar que estas últimas son de gran belleza. Según  comentaría un respetado crítico de danza de esta ciudad, sobre el primer programa,  “…era evidente que  de cuatro obras de Forsythe en un  mismo programa, al menos una sobraba”. Un apunte – que compartimos a plenitud-- muy digno de tomarse en cuenta.
  Según Forsythe explica sobre  “Steptext”, pieza con música de Bach, en grabación electrónica del violinista Nathan Milstein que abrió el programa, “… suspende el procedimiento incidental mayor  de los mecanismos del trabajo, que tradicionalmente determinan la estructura de una representación teatral”.   Este postulado del coreógrafo  pretende adelantar lo que sucede después, que comienza inesperadamente con un bailarín moviéndose repetidamente como si fuera un robot, mientras  la sala de lunetas continúa encendida. El  acompañamiento cesa de repente por segundos, tarea que se repite varias veces, para proseguir después, trayendo a la escena, ataviada en un leotard color rojo, en contraste con tres hombres en negro, a  la juncal Ekaterina Kondaurova,  quien extiende sus maravillosas piernas hasta casi desarticularse,  mientras Antón Pimonov la sostiene. En otros momentos, la bailarina se empareja con Mikhail Lobukhin o Alexander Sergeev. Pocos instantes cerca del final, la sala vuelve a encenderse y apagarse de nuevo.
  Después del intermedio, llegó a la escena  “Approximate Sonata”, que presenta a cinco parejas bailando en dúos, a la vez que intercambian algunas palabras entre sí, para luego acometer diferentes ejercicios que recuerdan  una clase de adagio. Trabajo aburrido, que no aporta  nada nuevo o interesante.
  “The Vertiginous Thrill of Exactitude”, con música de Schubert (también en grabación electrónica), trajo  un cambio de modalidad muy agradable y necesaria.  El telón se descorre con Leonid Sarafanov y Vladimir Shklyarov  siguiendo la rapidez de la música con brillantez y total dominio  de la coreografía. Poco después se unen a ellos Elena Androsova, Nadezha Gonchar y Ekaterina Osmolkina, todas vistiendo atractivos tutús estilo “plato”. La coreografía no tiene secretos ni dificultades para este quinteto portentoso., y no hay duda  que con este trabajo, Forsythe quiere demostrar que, a pesar de los trabajos anteriores, domina los cánones de la  danza clásica a perfección. 
  La función terminó con  “In the Middle, Somewhat Elevated”, con un  elenco estelar, que incluyó, entre otros, a  Victoria Tereshkina, Kondaurova junto a Lobukhin de nuevo, todas calzando puntas, junto a varios bailarines más. La obra es  difícil de seguir, ya que suceden distintas acciones a la misma  vez en la escena: Mientras en una esquina se desarrolla un Pas de Deux, en otra parte de la escena  hay bailarinas  que interpretan solos
 
  
  No hay duda que este trabajo es  uno de los  más conocidos del coreógrafo, especialmente por el público joven, que esa noche aplaudió delirantemente. No parece importar que el acompañamiento, en vez de música,  es un ruido que asemeja golpes propinados a una lámina de metal.  Después de varios minutos, esos sonidos se vuelven insoportables, a pesar del trabajo exhaustivo del elenco. No en balde una dama del público comentara en voz alta al final: “Menos mal que tomé tres aspirinas antes de venir”… 
  No podía faltar un tributo del Kirov a la inmensa obra de  Balanchine, y nada resultaba más indicado que cerrar la temporada con tres de los tesoros coreográficos del inolvidable maestro, que llevan acompañamiento de dos de los compositores que  más admirara: “Serenade”, y “Ballet Imperial” (ahora llamado Concerto No. 2 en Sol Mayor), de Tchaikowsky,  y “Rubies” (de “Jewels”), de Stravinsky.  
  “Serenade”-- que divide sus hechizantes escenas en cuatro movimientos--,  tiene la distinción de ser el primer ballet que Mr. B creara en Estados Unidos, con alumnos de su recién fundada School of American Ballet, o SAB (Escuela de Ballet Americana).  El nutrido Corps femenino –dieciséis--, vistiendo largos tutús color azul pálido, aparece  en escena al abrirse la cortina a los acordes de la Serenata para Cuerdas, con ambos pies firmemente sobre el suelo, apuntando hacia el público. Con un rápido movimiento, todas las bailarinas, en unísono, súbitamente los colocan en primera posición. El resultado es elemental, no obstante, la propia sencillez del movimiento lo sublima, y establece un ambiente casi de recogimiento en la obra. 
  Al finalizar la Serenata, la solista, Alina Somova, grácil y alada, después de bailar son el conjunto, se separa del grupo y queda en espera de su compañero, Danila Korsuntsev, que avanza lentamente del fondo de la escena hasta reunírsele,  que es la seña para que el coro desaparezca. El Pas de Deux siguiente, a los acordes de un vals, es sublime en todos los conceptos, y termina con Korsuntsev abandonando la escena, mientras  Somova queda sola sobre el suelo.  En el movimiento que sigue, cinco gráciles bailarinas danzan juntas, a las que se une  otra solista, Ekaterina Osmolkina, con intrincadas variaciones. Ekaterina Kondaunova aparece  como un ángel siniestro, trayendo con ella a otro bailarín, Alexander Sergeev, a quien cubre los ojos mientras avanzan. Infinidad de danzas tienen lugar hasta llegar a la elegía  final, donde Somova es elevada en brazos por tres bailarines que la encaminan lentamente  hacia el fondo de la escena.  La respiración del espectador queda en suspende por segundos…. Luego, los aplausos ensordecedores no tardan en sonar. 
 
  
  En “Rubies”, la ambientación cambia  totalmente. El jazz estadounidense parece estar presente  en los sincopados ritmos del acompañamiento. Olesia Novikova –en sustitución de Diana Vishneva--, Andrian Fadeev, y  Kondaunova, como solistas, atacaron los bailes con gracia picaresca y soltura, especialmente Kondaunova, que en todo momento se ajustó al estilo travieso que la coreografía sugiere (y hay que añadir fue en sí la revelación de la temporada).
  El cierre de programa fue, como el público deseaba, egregio y elegante: “Ballet Imperial”, tributo del coreógrafo a la grandeza del Teatro Mariinsky, brilló con luces extraordinarias, en  la impecable interpretación de Victoria Tereshkina, vertiginosa y con total dominio de las difíciles variaciones de la pieza. Igor Kolb, como su partenaire,   no impresionó con su trabajo; no obstante, el coro cumplió su difícil cometido con gran distinción, para poner punto final a una temporada que terminó mucho mejor que como comenzó. 
  Escribe  Célida P. Villalón, U.S.A.
 
  
		
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